27/7/12

# 85

Que pequeño era el mundo y lleno de vicios, por cierto. Que triste era la soledad, pero más triste fue la compania que vino cuando tenía apenas 17 años. Y quién podía haber imaginado que eso de que decian que las borracheras traian problemas era tan cierto, a punto de casi arruinarte la vida. Y pensaba tontamente que cualquier noche podía salir el sol. Y de repente las hojas empezaron a caerse moribundas y quería escapar, correr, morir junto a ellas, supongo. Que pequeño, que triste, que desolado otoño... que frio invierno que sin avisar me dejo sola,  pero antes de irse parecio redimirse. Y la primavera llena de vida solo me asustaba más y cuando por fin  me decidi a escapar el mundo comenzo a crecer, a moverse, a no ser tan vacio, y junto con él mi panza. Pero que tristeza que con 18 años aun tenía ganas de seguir escapando. Así como salia el sol cada día una parte de mi moria, se ahogaba en sus propias lagrimas, en su angustia, su dolor y quedaba por siempre olvidada. Y los recuerdos atormentaban mi panza, que era redonda como el mundo, que crecia junto a él, que se movia igual que él. No tendrías que haberte ido cuando el sol bajo e incendio todo alrededor, termino por hacer cenizas mi corazón. Y la tristeza seguia intacta y pequeños latidos de repente se escuchaban, y se asomaba una vida que no tenía culpa, ni razón para estar ahí, pero estaba, peleaba contra todo lo que pasaba, aunque no sabia del abandono, quizás pudo sentirlo. Y continuaba contando los días para que esa vida salga mientras la mia se extinguia. Y alrededor solo se escuchaban promesas vacías, palabras jodidas, la esperanza que nunca iba a llegar. Y de repente mi panza era el mundo, redondos, gigantes y crecían. Mi panza se convirtió en mi mundo, que se movía, llena de vida, de luz y de oscuridad, de sueños nuevos, de felicidad... Pero que pequeña y tonta era yo, que me sentía frágil, vulnerable y que cualquiera podía venir y destrozarme. Que cargaba con el peso del mundo en el vientre, que llevaba a cuestas el dolor que nunca merecí, que lloraba las lagrimas de lo que otros fueron lastimados y me lastimaron a mi, porque era presa fácil, porque era pequeña,  aun con 19 años y miedosa. Y de repente un día comencé a sangrar y el dolor era insostenible, tanto el que sentía en el cuerpo como el que sentía en mi alma, el que desgarraba mi corazón. Y el miedo era profundo y gritaba a causa de él, que quería morir, que esto termine ya, que alguien hiciera algo con ese dolor, que no era mi culpa cargar con aquello. Y mi mundo se abrió en dos, y todo el peso que habían cargado sobre mi me quebró... En ese atardecer se escapo el sol y cuando al fin la noche inundo el mundo ya resquebrajado de tanto dolor la luna no salio, sino que un nuevo sol se asomo. Al fin, esa noche salio el sol. Y este nuevo sol lloraba, crecía y se movía. Mi panza ya no era el mundo, todo alrededor lo era. El verano en el que me enamore, el otoño en el que quise perecer, el frío invierno que me dejo una pequeña pizca de calor, la primavera llena de vida... el triste verano recordando el amor que me había abandonado, el otoño que trajo vida, los inviernos, primaveras, veranos y otoños infinitamente eternos que se acercaban. Y mi panza hundida, pero iluminada, ese atardecer que lleno de luz la vida de muchos. Y mi querida Lucia que había peleado por ese día, que pateaba, empujaba y molestaba ahora estaba en el mundo. Y que maravillosa fue la vida a partir de ese día...


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